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viernes, 2 de julio de 2010

Las Aventuras del Vuelo de Regreso a Las Américas.

Recientemente he estado viajando mucho a Monterrey. Y me acordé de los múltiples viajes que hice entre SDQ y SJU, SDQ y MIA, SDQ y EIS, SDQ y BGI… la idea es esa.


Y me doy cuenta de lo peculiar que es el viaje en aeroplano desde y hacia la República Dominicana.

Lo primero y más fácil de comentar es la costumbre que tienen de aplaudir cuando los aviones llegan a Santo Domingo. Sí, imaginen todo el avión, un venerable A300 de Aamerican Airlines, zarandeándose como solo puede hacerlo una lata de aluminio y polímeros en la brisa tropical, aterrizando con el lado izquierdo primero, y luego aplicando los frenos intempestivamente. Después de la zarandeada del viento cruzado, viene la zarandeada de la súbita desaceleración. Y… cuando el avión por fin se detiene en un extremo de la pista, un aplauso espontáneo recorre la aeronave, sin importar la clase en la que se viaja. La primera vez me pareció curioso, alguna especie de ritual para apaciguar a Éhecatl, o a Guabancex(). La segunda vez… pues ya estaba perdiendo la novedad. Pero ya para la décima, se estaba volviendo francamente molesta.

Pero, aplaudir cuando aterriza el avión es apenas el comienzo de las peculiares costumbres dominicanas que se observan cuando se viaja a Santo Domingo. Es más o menos común ver que los dominicanos que vienen a pasar un tiempo con la familia desde Nuevayol, se cuelguen de joyas, collares y anillos, cultivando una estética digna de Tony Montana. Me explican mis panas que la idea es demostrar que se tiene el puro billete tosco –están en buena, como se dice en buen dominicano- desde que emigraron a lo EE.UU. Sin embargo, la parte que dejan fuera es que esa joyería la rentan a precio de oro –que ocurrente ¿no?- en las casa de empeño que abundan en sus barrios.

Lo que es menos común es ver como, nomás se bajan del avión, le entran a golpes a los hijos, con la admonición de “esta pela me la debes de los otros días que ”. Los criollos se esperan a repartir tundas nomás pisan su tierra natal porque en Nueva York o Puerto Rico, los niños, nada pendejos, los tienen amenazados con llamar a la policía y a child protection services si les pegan una pela, como se dice, de nuevo, en buen dominicano. Y, se preguntarán mis queridos lectores, ¿Qué hacen las autoridades dominicanas, apersonadas en los inspectores de migración parados al lado del avión, cuando ven eso? Solidariamente apoyan a las mamás al grito de “déeele doña, pa’ que aplenda el tiguerito a compoltalse”.

Otra cosa más o menos común es que los dominicanos nomás se suben al avión buscan donde dejar sus féferes. Lo terrible es que lo hacen, generalmente, en el primer compartimiento que ven. Si a eso le sumamos que primero suben las últimas filas del avión, no encontramos con que los compartimientos se llenan de adelante hacia atrás, mientras que los aviones se llenan de atrás hacia adelante. Si a eso le sumamos que, como dije antes, los dominicanos salen corriendo por sus cosas nomás parece que el avión se detuvo, podremos inferir que se hace una dinámica interesante cuando los pasajeros del frente quiere ir hacia atrás por sus carry-ons, mientras que los de atrás quieren hacer precisamente lo contrario.

El caso más patético de este comportamiento lo vi cuando una señora estaba como loca buscando su pasaporte.

Que había dejado en una bolsa de plástico.

En la bolsa del asiento.

En otro asiento que no era el suyo.

Es evidente que no voy a agotar el tema con un solo post, por lo que dejaré esto para una subsequente entrada en este blog.

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