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martes, 24 de agosto de 2010

El extraño caso de la Pelícuas para Adultos

Hace tiempo, buscando en el cuartito de Mr. Movies, una franquicia de videoclubs dominicanos, me encontré una película que me llamó la atención: The Santo Domingo Connection. Solo para que no quede lugar a dudas, el cuartito de Mr. Movies es donde están las películas porno. Ejerciendo la sana curiosidad que siempre me ha caracterizado, me puse a buscar referencias en internet, y encontré un tráiler de la película. Cuando mis panas lo vieron, confirmaron que se veían vistas típicamente dominicanas, como la carretera Mella, o la ciudad colonial.

So far, so good. La cosa se puso chistosa cuando Alejandro dijo algo al efecto de “oh… pero yo estaba ahí, cuando filmaron esa película”. En ese momento, se hizo un silencio incómodo, y yo estaba a punto de pronunciar la primera ley de los chat rooms de internet (pics, or it didn’t happen), cuando Tico, se hizo portavoz de la inconformidad del grupo, y la puso en palabras con una genialidad que nunca hubiera podido igualar:

“Pero, Alejandro… yo creí que éramos amigos… ¿por qué no avisaste?”

Y entonces nos contó como él y Kenia, y creo que Freddy y Dolores, estaban cenando en Pat’e Palo, cuando descubrieron que en una de las mesas aledañas, a pesar de estar ocupada, no había comensales. Nunca pude obtener una descripción pormenorizada de los actos - algo así como empezaron con una felación para después pasar a un vaquera de espalda, y terminar con un ariete… no sé si por pudor de los testigos, o porque sólo yo conozco los términos técnicos del particular. Lo que si nos describieron fue el dispositivo de seguridad, en el que había varios niveles de interferencia, algunos fulanos que se encargaban de desviar a los meseros que se acercaban a ver si querían pedir algo, otros que se dedicaban a darle unos pesos a los niños que se acercaban a pedir limosna, y otros más que sencillamente le quitaban las cámaras a los más descarados. A lo mejor es por eso que nunca pudieron mostrar la tan solicitada evidencia documental.

Recordé esta anécdota hace poco que vi esta otra noticia. Recientemente atraparon a José Figueroa Agosto, alias Junior Cápsula. Un narcotraficante que podría ser Tony Montana de la vida real. En 1999, el señor Figueroa se escapó de una prisión boricua con una orden de liberación falsa. Y se fue a vivir a Santo Domingo, donde compró varias y muy variadas propiedades. Cuando las autoridades dominicanas allanaron una de sus residencias, encontraron 4 millones de dólares en un Mercedes Benz blindado. Después encontraron un par de Ferrari y animales en un zoológico.

El allanamiento original lo hicieron el año pasado. El señor Figueroa se les escapó en una Grand Cherokee. Como medida precautoria, arraigaron a la señora Sobeida Feliz, dueña del departamento. De 605 mil dólares. Que pagó en efectivo. En unos departamentos con gimnasio, sauna, alberca y helipuerto. Y a los vendedores no se le hizo raro que pagara en efectivo, porque no le encontraron ningún antecedente. Es de lo más normal, ¿o no? Tan es así, que no tuvieron ningún empacho en venderle otro más, en 592 mil dólares.
En fin. Después de que la trancaron, como dicen mis panas, le dieron libertad bajo fianza, y como la señora no tenía nada que ocultar, pos un buen día desapareció. Así nomás. Casi después de un año del allanamiento original, en un dispositivo digno de película de Bruce Willis, los capturaron en San Juan de Puerto Rico. Y no dejó de correr la tinta, describiendo los pormenores de la captura. Por ejemplo, nos informan que la señora Feliz llegó a la cárcel con una bolsa –ejem, cartera- Luis Vuitton. O nos muestran fotos de la señora con casco y chaleco antibalas que me quedarían grandes a mí. Panem et circum. Aunque, como están las cosas, más circum que panem.

Pero… todo esto viene a colación del tema original de este post porque, entre las cosas que encontraron en las propiedades incautadas hay un video en el que aparece el Señor Figueroa Agosto refocilándose con varias mujeres, entre las que figura la arriba mencionada Sobeida Feliz, Mary Peláez y otras más. Si yo fuera el tipo de gente que busca videos gonzo de narcotraficantes –perdón, presuntos narcotraficantes- reconciliando el débito conyugal con sus novias, pondría un link como el que está aquí abajo.


O, fotos como las que se ven a continuación…


De alguna manera, el video se filtró a la calle. Y según este artículo de Time, es el más solicitado entre los vendedores de películas piratas. Eso ya es, digamos, sorprendente. Pero, según el Diario Libre, esa atalaya del periodismo serio de la República Dominicana, ese video está protegido por las leyes del derecho de autor – y van a defender esas leyes a capa y espada, para evitar que… ¿José Figueroa pierda regalías por su actuación especialmente dedicada? o ¿para evitar el daño moral a la buena reputación de Junior Cápsula? Especialmente si el video nunca fue valorado como prueba. Digo… ¿cómo para que andar persiguiendo paterfamilias que sólo quieren ganarse el pan honestamente, con el sudor del culo ajeno?
De verdad que si quisiera, no podría inventarme una historia así.

Ya para terminar ¿qué sería de mi blog si no incluyo la viñeta en la que me imagino cómo fue que el video llegó a la calle? Todo empieza en el cuartel de la Dirección Nacional del Control de Drogas.

-¡Dímelo San Pedro, en que tu ta?
-No, en ná… muchacho, ¿ya viste esta vaina? Mira ese verdugo de Junior Cápsula… se hacía videos rapando con Sobeida.
-¿¡Tú ere loco!? ¿Eh veldá?
-Mira a ver…
Y los dos sagaces servidores públicos se pusieron a investigar el ¿corpus delicto?
-Diablos… tu tá viendo… mira, tremenda diablona…
-Cooooooooño… pero, ese tiguere sí que sabía escogerlas…
-Willy… ¿Qué tu hace? ¿Revisando el radar para que no se meta una yola con droga? Coño, muchacho, ¡no seas pariguayo! Deja esa vaina, que ya son las tres… ya tu sabe que a esta hora los yoleros están en su yaniqueque. Trae la laitó para que me hagas una copia de este video… se lo voy a mandar a mi primo que trabaja en Codetel. Ese bacano si es un enfermo de esto…

Y el resto, como dice el cliché, es historia.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Las Voladoras

Ahora voy a hablar de las voladoras.

Para que mis lectores mexicanos se imaginen una guagua voladora, piensen en un camión guajolotero. Ahora imagínense al guajolotero, pero en una pesera. En el clima tropical de Acapulco. Atravesando el tráfico infernal de Ciudad Nezahualcóyotl. Con un bachatón de tema musical, compitiendo con el cotillo de todos los pasajeros.

Bueno, ¿ya se lo imaginaron? Ahora háganlo aun peor. La suspensión está al borde del colapso por todos los triques que le aventaron encima a la camioneta: costales, muebles de plástico, pencas de plátano, y algún chivo liniero, demasiado salvaje para traerlo dentro del camión. Aunado al brutal tumba-burros que los previsores dueños de la voladora le pusieron al vehículo, para que en caso de un accidente, se destroce el otro automóvil, y con un poco de suerte, también se mueran los tripulantes, para evitar los incómodos trámites de un juicio de responsabilidad civil.

Las voladoras operan más o menos de la misma manera que los peseros mexicanos. Cubren una ruta fija, cobran una cantidad modesta -que siempre es mucho más de lo que en realidad vale el servicio que prestan- y entre terminal y terminal infringen todos los artículos del reglamento de tránsito por lo menos una vez.

Al igual que los peseros mexicanos, un intrépido equipo de profesionales tripula las voladoras. En primer lugar está el chofer. Imagino a los choferes como los vaqueros de las películas de Howard Hawks, sujetos forjados a sangre y fuego, que imponen sus fueros con hierro, y no van a permitir que pequeñeces, como el Río Bravo, o un semáforo, se interpongan entre ellos y su justa recompensa. Y, su complemento es el pitcher de guagua. El pitcher es el primer oficial: se encarga de acomodar a los pasajeros -usando fórmulas como Péguense como anoche- de asegurarse que los pasajeros no abandonen la voladora cuando se está moviendo rápido, y que cuando se salen, estos no respiren antes de abandonar el lugar de los hechos, y lo más importante, de cobrar. Una técnica especial de los dueños de voladoras es enemistar al chofer y al pitcher para evitar que se asocien y transen al dueño… que siempre les paga lo justo.

Ahí les dejo un video de un pitcher de guagua.


Las voladoras están amafiadas en un sindicato, FENATRANO, que está liderado por Osama Bin Laden.


Bueno, no. Por Juan Hubieres, un emprendedor hombre de negocios que sigue los pasos de distinguidos próceres de la humanidad como Jimmy Hoffa, Napoleón Gómez Urrutia o Leonardo Rodríguez Alcaine.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El Transporte Público

El transporte público, como todo lo demás en la República Dominicana, es un desorden. Y eso es ser generoso. Bueno. Siendo honesto, no sólo el transporte público es un desorden. Pero hablaré de eso en otra ocasión.


Dependiendo de la distancia a recorrer, existen diversos métodos de transporte, todos ellos mejor sintonizados con precisión, para hacer de la experiencia algo terrible.

Para las distancias largas - transportarse entre pueblos y ciudades- existen las voladoras.

Para las distancias más cortas, moverse a través de las avenidas principales de Santo Domingo, están los carros públicos, conocidos como conchos.

Y para los servicios de última milla, están los motoconchos.

Todos estos medios de transporte son operados por emprendedores dominicanos –también llamados padres de familia- y no se someten a regulación alguna. Es más, estoy seguro que si en algún momento existió, en tiempos del dictador, hoy ese reglamento es más que letra muerta.

Las voladoras, también conocidas como guaguas, son el equivalente dominicano al camión guajolotero. Dan servicio regular entre ciudad y ciudad, con un punto de partida y un destino específicos, y si tienen lugar, se detienen para levantar pasaje.
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Los públicos son el equivalente dominicano a los peseros de antaño… taxis con servicio de ruta fija, en burocratés mexicano. Generalmente son un sedán japonés con más de 10 años de servicio, convertidos para funcionar con gas licuado.


Y los motoconchos son la más peculiar de las formas de transporte dominicanas. No son exclusivas de la isla, me han comentado de servicios parecidos en Vietnam y China, pero creo no se ve algo similar en el resto del hemisferio. Son motocicletas (motores en dominicano) que dan el servicio de taxi.


A mi regreso de la isla, empezaron a construir el metro. Pero como no lo vi, del metro no puedo opinar.
 
Además de los antes mencionados servicios, existe la OMSA, pero sólo las vi circulando en la Gustavo Mejía Ricart, por lo que no podría decir que era un servicio muy regular.

sábado, 7 de agosto de 2010

No es que desconfie del Diario Libre, pero ya una vez desaparecieron las noticias de la plaza en el canal de la mona. Nomás por no dejar, y conservar esta gráfica para la posteridad, les dejo una imagen del charco del ensanche paraiso, donde casi se ahoga una señora y su hija.
Esta imagen salió de twitter

viernes, 6 de agosto de 2010

La Charcosea

Con las inundaciones y desbordamientos del río Santa Catarina, no puede menos que recordar los épicos charcos de mi segundo hogar, Santo Domingo de Guzmán. Y si, cuando les digo épicos no exagero. Épicos, así como en la odisea. De atravesar un mar en algo completamente inadecuado, luchando con monstruos y enfrentando vicisitudes.


Bueno. A la materia de este post. En el 2002, un poco antes de cambiarme del departamento de Carmen Mendoza de Cornielle a Perantuen. Estábamos terminando de comer Martha y yo en un caluroso día de verano, de esos que ni las cucarachas salen a la calle porque el sol está cayendo a plomo. Cuando, así nomás, se abrió el cielo y llovió a cántaros. Y siguió lloviendo. Y lloviendo… y como en media hora llovieron no sé cuántos milímetros de agua. Lo que si se es que no se veía la 27 de febrero, que debía estar a 100 metros del departamento.

Esto pasó antes de que compráramos el Ocatvia, y no recuerdo bien a bien por que decidimos irnos por la 27, y no por donde siempre hacíamos, para ir al BHD, aunque creo que fue por mí bisoña idea de que, después de la tormenta que había caído sobre la ciudad, la 27 era mejor opción que meterse por el Millón para tomar la Luis F. Thomén, especialmente porque había un tramo sin pavimentar. En fin, la cosa es que en ese aciago día, descubrí que el Golf es un auto bien sellado… tanto así que flota.

Veníamos Martha y yo en la lateral de la 27, en donde inicia el túnel que pasa por debajo de la Churchill y la Lincoln, más o menos por donde está el Adrián Tropical –siempre me ha fascinado que sean tan pocas las calles de Santo Domingo con nombres de próceres dominicanos. A lo mejor es que se les acabaron. But -como van a poner algún día en mi lápida- I digress.

La cosa es que veníamos por la lateral de la 27, cuando llegamos súbitamente a un tapón. De esos que te permiten ver que justo tres autos detrás de ti todo el mundo se desvía para meterse por el túnel, y evitar el taponazo der diablazo donde, claro, estas atrapado. Viéndolos pasar. Mientras que yo nada más veía como, progresivamente, como subía el agua junto a mi auto. Hasta que tapó media puerta. Les estoy hablando como de 50 cm. de agua… en un charco. Y por delante, 300 metros lineales más… con el agua poniéndose cada vez más y más profunda. Mientras que marta que exhortaba vehemente a que no hiciera olas. Porque se estaba mareando con la acompasada meneada del coche mientras avanzábamos por la laguna improvisada. Bueno. Siempre he creído que si te vas a meter a un charco con tu coche, hay que hacerlo sin pensarlo dos veces, porque ahí es cuando se apaga el coche y vale madre. Y parece que no era el único, pues súbitamente pasó junto a nosotros un tráiler que terminó de convencer a Martha de que yo no era el que estaba haciendo las olas… más bien, estas se hacían solitas. Imaginen la escena.

Martha y yo, en el Golf. Martha esta visiblemente alterada, pues nomás ve como sube el nivel del agua. Y me pide que “deje de mecer el coche”. A lo que le respondo que yo no estoy haciendo nada… el coche se mece solito. Yo ya estoy sospechando que algo no anda bien, cuando oigo que del escape empiezan a salir burbujas, así como de motor fuera de borda. Y, súbitamente, como salido de una epopeya homérica, pasa este tráiler (patana les dicen en Santo Domingo, ustedes dirán por qué) junto a nosotros, y nos cubre completamente de agua… y vuelve a agitar el coche, como coctel de James Bond (shaken, not stirred).

Cuando llegué a contarles a mis amigos sobre la inusual travesía del lago frente a Plaza Lama, se sorprendieron mucho. No de que se hicieran estos charcos… sino más bien de qué Plaza Lama hubiera permitido semejante chambonada frente a su nueva tienda. Y empezaron las notas de color.

Resulta que Tico y Flaviá tenían la costumbre de irse a nadar a un charco que se hacía por su casa – o era en el de la 27 con Duarte. Y de ahí me enteré de la costumbre de irse a bañar con agua de lluvia, y especialmente de la primera lluvia del año, a casa de tal o cual fulano, donde había un caño. Para los que intenten repetirlo, Rhino me recomendó que, antes de salir a bañarse con agua de lluvia, te des un regaderazo rápido y te enjabones, porque el agua de lluvia NO hace espuma, pues es agua destilada.

Pero la anécdota más, trágica, fue la de la familia que se ahogó en un charco.

Antes de que hicieran los elevados de la 27, en la Duarte y 27 había un paso a desnivel, donde se hacía un charco bastante profundo. Lo suficiente como para que cuando caía un auto ahí, se mojara el distribuidor, y hubiera que esperar a que pasara la lluvia para ir por una grúa para sacar el auto. Pues una familia de nueva york venía por la 27, en un inmenso sedán norteamericano, y no sabían que en ese puente seco se hacía un lago. Y… tristemente, los vidrios y seguros eléctricos del coche hicieron corto circuito. Y el auto se convirtió en una tumba sumergida.

Así nomás como para variar, ahora si tengo una evidencia documental de los charcos legendarios de la República Dominicana. El 21 de julio, el Diario Libre reporte que la señora Tania Torres y su hija de tres años casi pierden la vida cuando la Honda CRV en la que viajaban se quedó varada en un charco. Y bueno… aquí solo puedo especular sobre el proceso mental de la citada señora Torres.

-Uhm, y ese charco… diablos, se ve grande… pero… na… eso no eh ná… que al fin y al cabo, para eso tengo yipeta… seguro paso por ahí… ese tiguere de James Bond pasó en un carrito pequeñito, pequeñito, no pasaré yo en mi CRV- y creyendo que con tracción en las cuatro ruedas, su CRV iba a poder sortear un lago.

Y creo que no fue así.