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viernes, 6 de agosto de 2010

La Charcosea

Con las inundaciones y desbordamientos del río Santa Catarina, no puede menos que recordar los épicos charcos de mi segundo hogar, Santo Domingo de Guzmán. Y si, cuando les digo épicos no exagero. Épicos, así como en la odisea. De atravesar un mar en algo completamente inadecuado, luchando con monstruos y enfrentando vicisitudes.


Bueno. A la materia de este post. En el 2002, un poco antes de cambiarme del departamento de Carmen Mendoza de Cornielle a Perantuen. Estábamos terminando de comer Martha y yo en un caluroso día de verano, de esos que ni las cucarachas salen a la calle porque el sol está cayendo a plomo. Cuando, así nomás, se abrió el cielo y llovió a cántaros. Y siguió lloviendo. Y lloviendo… y como en media hora llovieron no sé cuántos milímetros de agua. Lo que si se es que no se veía la 27 de febrero, que debía estar a 100 metros del departamento.

Esto pasó antes de que compráramos el Ocatvia, y no recuerdo bien a bien por que decidimos irnos por la 27, y no por donde siempre hacíamos, para ir al BHD, aunque creo que fue por mí bisoña idea de que, después de la tormenta que había caído sobre la ciudad, la 27 era mejor opción que meterse por el Millón para tomar la Luis F. Thomén, especialmente porque había un tramo sin pavimentar. En fin, la cosa es que en ese aciago día, descubrí que el Golf es un auto bien sellado… tanto así que flota.

Veníamos Martha y yo en la lateral de la 27, en donde inicia el túnel que pasa por debajo de la Churchill y la Lincoln, más o menos por donde está el Adrián Tropical –siempre me ha fascinado que sean tan pocas las calles de Santo Domingo con nombres de próceres dominicanos. A lo mejor es que se les acabaron. But -como van a poner algún día en mi lápida- I digress.

La cosa es que veníamos por la lateral de la 27, cuando llegamos súbitamente a un tapón. De esos que te permiten ver que justo tres autos detrás de ti todo el mundo se desvía para meterse por el túnel, y evitar el taponazo der diablazo donde, claro, estas atrapado. Viéndolos pasar. Mientras que yo nada más veía como, progresivamente, como subía el agua junto a mi auto. Hasta que tapó media puerta. Les estoy hablando como de 50 cm. de agua… en un charco. Y por delante, 300 metros lineales más… con el agua poniéndose cada vez más y más profunda. Mientras que marta que exhortaba vehemente a que no hiciera olas. Porque se estaba mareando con la acompasada meneada del coche mientras avanzábamos por la laguna improvisada. Bueno. Siempre he creído que si te vas a meter a un charco con tu coche, hay que hacerlo sin pensarlo dos veces, porque ahí es cuando se apaga el coche y vale madre. Y parece que no era el único, pues súbitamente pasó junto a nosotros un tráiler que terminó de convencer a Martha de que yo no era el que estaba haciendo las olas… más bien, estas se hacían solitas. Imaginen la escena.

Martha y yo, en el Golf. Martha esta visiblemente alterada, pues nomás ve como sube el nivel del agua. Y me pide que “deje de mecer el coche”. A lo que le respondo que yo no estoy haciendo nada… el coche se mece solito. Yo ya estoy sospechando que algo no anda bien, cuando oigo que del escape empiezan a salir burbujas, así como de motor fuera de borda. Y, súbitamente, como salido de una epopeya homérica, pasa este tráiler (patana les dicen en Santo Domingo, ustedes dirán por qué) junto a nosotros, y nos cubre completamente de agua… y vuelve a agitar el coche, como coctel de James Bond (shaken, not stirred).

Cuando llegué a contarles a mis amigos sobre la inusual travesía del lago frente a Plaza Lama, se sorprendieron mucho. No de que se hicieran estos charcos… sino más bien de qué Plaza Lama hubiera permitido semejante chambonada frente a su nueva tienda. Y empezaron las notas de color.

Resulta que Tico y Flaviá tenían la costumbre de irse a nadar a un charco que se hacía por su casa – o era en el de la 27 con Duarte. Y de ahí me enteré de la costumbre de irse a bañar con agua de lluvia, y especialmente de la primera lluvia del año, a casa de tal o cual fulano, donde había un caño. Para los que intenten repetirlo, Rhino me recomendó que, antes de salir a bañarse con agua de lluvia, te des un regaderazo rápido y te enjabones, porque el agua de lluvia NO hace espuma, pues es agua destilada.

Pero la anécdota más, trágica, fue la de la familia que se ahogó en un charco.

Antes de que hicieran los elevados de la 27, en la Duarte y 27 había un paso a desnivel, donde se hacía un charco bastante profundo. Lo suficiente como para que cuando caía un auto ahí, se mojara el distribuidor, y hubiera que esperar a que pasara la lluvia para ir por una grúa para sacar el auto. Pues una familia de nueva york venía por la 27, en un inmenso sedán norteamericano, y no sabían que en ese puente seco se hacía un lago. Y… tristemente, los vidrios y seguros eléctricos del coche hicieron corto circuito. Y el auto se convirtió en una tumba sumergida.

Así nomás como para variar, ahora si tengo una evidencia documental de los charcos legendarios de la República Dominicana. El 21 de julio, el Diario Libre reporte que la señora Tania Torres y su hija de tres años casi pierden la vida cuando la Honda CRV en la que viajaban se quedó varada en un charco. Y bueno… aquí solo puedo especular sobre el proceso mental de la citada señora Torres.

-Uhm, y ese charco… diablos, se ve grande… pero… na… eso no eh ná… que al fin y al cabo, para eso tengo yipeta… seguro paso por ahí… ese tiguere de James Bond pasó en un carrito pequeñito, pequeñito, no pasaré yo en mi CRV- y creyendo que con tracción en las cuatro ruedas, su CRV iba a poder sortear un lago.

Y creo que no fue así.

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