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lunes, 19 de octubre de 2009

La vaguadita.

En el año del señor del 2001, Ya el club de expatriados –Ana Margarita, Jorge, el otro Jorge, a veces Rhino, Martha y yo -estábamos dándole la vuelta a la República Dominicana casi de cada fin de semana. Y en el verano de ese año decidimos ir a visitar la Isla Saona, otro parque nacional.

El que no conoce la Isla Saona, no ha visto una de las playas más hermosas del planeta.

Bueno. Un sábado aciago, salimos de Santo Domingo de Guzmán todos los arriba nombrados, a conocer la Isla Saona. Con anterioridad, Tico nos había recomendado no demorarnos mucho, porque en la tarde se ponía muy fea la corriente y, en sus palabras, había que pasar en un submarino nuclear, y cuidado. Llegamos temprano a Bayahibe, pues mi pana Flavía también me había contado que los buzos arrasaban con tó, y luego no había yola que llevara a nadie.

Pues intrépidamente nos subimos a la yola. Empezamos como a las 8 de la mañana. Y yo nada más oía el motor fuera de borda haciendo ruidos que, a mi oído poco entrenado sonaban mal – así como la motocicleta sumergida de la pantera rosa – blurrrrrrr-put-prrr-put-blur-blur-blur-put. Como a las 8:30, veo como nuestro intrépido capitán detiene el motor, saca una bujía, la chupa y la vuelve a poner en el motor. Y ahí fue que se jodió todo. Había que ser sordo para no saber que el motor estaba jodido.

Y en ese momento, vemos pasar unos enormes botes Bertram, cargados de lo que a todas luces son turistas europeos, perfectamente bien resguardados con chalecos salva-vidas. Y nosotros… cubiertos con unas camisetas de Microsoft.

Pero la cosa se puso, digamos, interesante cuando el yolero se avienta al mar y empieza a nadar a la playa. Y nosotros, viéndolo alejarse. En la lancha.
Al poco rato regresa con una llave y cambia la bujía.

Claro que si yo fuera supersticioso, o fuera un marino de la armada del Zar Nicolás II, en ese momento me bajo y voy corriendo por un sacerdote, un patriarca, o ya jodido, un rabino para que le quite lo azarado al viaje. Pero como soy un ingeniero en computación altamente entrenado, nada más me limito a ver el paisaje.

Ya sin mucho inconveniente, llegamos a la isla Saona. Y pasamos un día muy agradable. Yo, así de observador como siempre he sido, oteo en el horizonte una mancha negra. Pero, cuando digo negra, imagínense el lado oscuro de la fuerza. Una singularidad desnuda. Una onda que Tolkien usaría para describir la guarida de Ella-Laraña , en Cirth Ungol, y que H.P Lovecraft usaría para descibir a Azathoth. Bueno. La idea es esa. En ese momento, le pregunto a nuestro capitán si eso que se ve en horizonte no era peligroso.
A lo que él, viendo en lontananza, con un gesto avezado de lobo de mar, dice, con palabras cargadas de la seguridad que sólo pueden dar los años:

-Eso no e ná, e una vaguadita.

Bueno… la verdad es que creo que a ese güey le iba más en el viaje que a nosotros. Nosotros solo poníamos la vida: el ponía la vida, la yola y el motor fuera de borda, así que decidí dejarlo así.

Continuará ...

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