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martes, 20 de octubre de 2009

La noticia de un secuestro.

Esta anécdota es tan, pero tan inverosímil que cuando la leí no pude creerla. De no haber sido porque mis panas atestiguaron la existencia del secuestrado, el señor García, seguiría pensando que les tomaron el pelo a los del periodico, así como pasó con la plaza comercial en el canal de la mona, pero eso es otra historia.

La cuestión es que estaba yo tranquilamente agregando valor a los clientes de la compañía por medio de la identificación de los indicadores clave del proceso en una estrategia llave-en-mano (cosultantspeak para me estaba rascando los ... ojos) en la oficina, ya casi para terminar el día, cuando llega el Bedoya con un ejemplar del periódico del día - está claro que ese güey estaba agregándole aún más valor a sus clientes que yo, pero esos son otros veinte pesos, como dicen en Puerto Rico.

Resulta que un día estaba el señor García en la Avenida Winston Churchil, montado en su yipeta (camioneta), cuando ve a un pana (cuate) suyo que le pide una bola (aventón). El señor García accede, pues iba todo derecho. A la altura del BHD, casi en la esquina de la 27 de Febrero, el tiguere (güey) ese se apea (baja), argumentando que iba a la 27. Al señor García le pareció curioso que se bajara lentamente, como buscando o esperando algo, pero, pues cada quien lo suyo.

Insisto, lo que sigue es la verdad, tal cual como recuerdo, sin agregar ni omitir nada.

Una vez que se baja el amigo, se sube otro fulano en la parte de atrás. Al señor García no se le hizo raro, pues creyó que se había confundido con un carro público.
De verdad.
Se le hizo de lo más normal del mundo que se subieran en su coche, pues a todo el mundo le pasa que los dominicanos abren la puerta del primer coche que tienen al lado, y se suben, porque así funcionan los carros públicos. Y todos los dominicanos andan sin seguro en la puerta. Y… bueno, la idea es esa.

Cuál sería su sorpresa cuando le pusieron una pistola en la cabeza y lo instruyeron a que se metiera al estacionamiento de Plaza Lama (aunque podría ser el de La Sirena, no estoy seguro, los dos están en la zona). En el estacionamiento, los estaban esperando unos cómplices, que le pusieron un costal en la cabeza y lo metieron en la cajuela.

Cualquiera que haya visto lo poco propenso a meterse en lo que no les importa a los dominicanos encuentra algo increíble que nadie haya considerado sospechoso que saquen a un hombre de un auto, con un costal en la cabeza, y lo metan en la cajuela. Pero, así lo relataba el periódico.

Mientras esto sucedía, el amigo, si, ese mismo que había pedido el aventón, estaba llamando a casa del señor García, para pedir un rescate de muchos millones de pesos (o ¿eran dólares?). Lo que nunca se imaginó fue que le reconocieran la voz cuando llamó para pedir el rescate.
Es que, de verdad, ¿a qué secuestrador se le ocurre hacer eso? ¿Se imaginan?
-Aló…
-¿A dónde hablo?
-Pero Fulano, ¿comotutá? ¿Qué loquehe loco?
-No habla fulano. Tenemos secuestrado a XXX, y tienen que entregar tantos millones de pesos
-Pero… ¿tuereloco? Ya déjate ese can. ¿Qué chelcha es esa de un secuestro? Tu tá relajaaaaaaaaando…
(Esto último fue editorializado)

De alguna manera, el sujeto este logró convencerlos de que dejaran el dinero en una funda (bolsa) de basura debajo de un puente seco (así le dicen en Santo Domingo a los puentes que no tienen un río debajo) de la Kennedy.

Mientras la familia buscaba los cuaitos, en la guarida de los secuestradores, sacan al señor García de la cajuela, y lo meten a la casa de seguridad. Donde lo primero que hacen es quitarle el talego que tenía en la cabeza.
Sin tomar la precaución de ponerse un pasamontañas primero.
O una máscara de Joaquin Balaguer.
O ponerlo viendo a la pared.
O, ya de perdida, taparse la cara ellos primero.
Carajo… hasta en las películas de Mel Gibson los secuestradores se cubren la cara. Lo primero que hace un secuestrador es que la víctima no los debe identificar. Mierda, saber que le vi la cara a mi secuestrador es sinónimo de que me van a matar.

La cuestión es que de alguna manera, la familia consigue el dinero. Y, actuando en conjunto con la policía, hacen lo que les había dicho el secuestrador, que cuando siente que le van a pagar, le ordena a sus secuaces que maten al rehén. Lo que nunca esperó la mente maestra, fue que sus operarios “no tuvieran corazón para matarlo”. Juro por mi Madre que eso mismo decía el periódico.

Porque resulta que, cuando el autor intelectual da la orden de matar al Sr. García, los que lo estaban custodiando se arredran. Yo me imagino que les ganó el estrés, y en ese momento no se les ocurrió una mejor solución. La cosa es que, como no podían matar a alguien a sangre fría le proponen lo siguiente: ellos lo dejan ir, sí y solo sí él les promete “por lo más sagrado”, que se va a ir directo a su casa, sin pasar por la policía, y no los denuncia.

El señor García acepta. Pero, me imagino que señor estaba cruzando los dedos cuando prometió no denunciar a nadie, pues lo primero que hace es ir a la policía. Los secuestradores no duraron mucho tiempo fuera de la cárcel.

Repito. Esta noticia la leí en los periódicos dominicanos.

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