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sábado, 12 de octubre de 2013

El motoconcho

Una de las cosas de las que más me sorprendieron la primera vez que Martha y yo fuimos a conocer a la República Dominicana fue la cantidad de motocicletas que se ven en la calle. Y les estoy hablando de La Romana. Ya cuando llegamos a Santo Domingo nos dimos cuenta realmente del tamaño del, no sé si llamarlo problema, o más bien estado de las cosas. También recuerdo que las motocicletas me acompañaron de una forma u otra durante cinco años.


Recuerdo que ese gran filósofo, trágico como suelen ser los grandes pensadores que jamás van a ser profetas en su tierra, Pablo McKinney tenía mucho que decir del particular. Y sigue diciendo.

Para los que no conocen la Santo Domingo (el país entero, no la ciudad), déjenme platicarles del fenómeno del motoconcho. Se dice que los carros públicos (versión dominicana de los peseros originales de la ciudad de México) se les gritaba “concho”, que es la versión, digamos que se usa en conversación educada, de otra altisonante que empieza con c y acaba con oño. Y, por esas vueltas que da el lenguaje, a la actividad de dar servicio de taxi con ruta fija (que así es como se llamaban en burocratesco mexicano a los peseros) se le conoció en Santo Domingo como conchar – o conchear, he oído ambas acepciones. En algún momento de la historia reciente del país, algún dominicano emprendedor tomo su motocicleta, sea un motor con toda propiedad, o una passola (algo que en México llamaríamos motoneta y en EE.UU. llamarían scooter) y se puso a conchar. El resto, es folklore.

Para que mis lectores mexicanos puedan asimilar la experiencia del motoconcho les voy a pedir que se imaginen todas las indignidades que les han perpetrado los peseros. Ya sea como pasajero o como automovilista. A ver… meter como 500 pasajeros en una jaula diseñada para 20… aplicar tarifas y precios completamente divorciados de las autorizadas por la autoridad… y no tener cambio… venir manejando tranquilamente en su carril cuando de pronto les sale un pesero de un callejón aplicando la filosofía de ábranla que lleva bala… conocer múltiples y muy variadas acepciones del verbo chingar, con sus correctas conjugaciones y, lo más importante, los momentos precisos para aplicarlas… bueno, júntenlas un momento. Ahora, imaginen a un repartidor de pizza… manejando su veloz motocicleta como si se tratara de un T36… sin casco… ignorando los señalamientos… metiéndose en contrasentido… estacionándose donde quiere… arrancando donde quiere… bueno, todo esto lo también hacen los peseros. Bueno. Ahora, gentiles lectores, tomen esas imágenes, dantescas por decir lo menos, y únanlas. Queda algo propio de una borrachera de ajenjo –para curarse una cruda de láudano- de Hieronymous Bosch. Y quedaría pendiente agregar el trópico caliente, como decía la Betty.

Bueno. Pues así es como se mueven los dominicanos. Y, lo que es peor, las dominicanas. O las familias dominicanas.

Afuera de los supermercados, hay bases de motoconchos. Hay una especialmente numerosa afuera de La Sirena de la Churchil. Afuera de los colmados y colmadones siempre hay motoconchos. Las voladoras dan el servicio de larga distancia, y los motoconchos el de la última milla. Esto no lo vi, pero estoy seguro que afuera de las estaciones del metro se juntan los motoconchos. 

Y por mas esfuerzos que hagan las autoridades, esta es una realidad que ya los superó.

Digo... cuando el motoconcho da servicio de carroza fúnebre, ya está màs allá de cualquoer intento de meter orden.

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